Por Cecilia Macarena Pelliza Perfect days (2023), la película de Wim Wenders, es una propuesta sensorial. Quienes se abrieron a ella y aceptaron el convite, mantuvieron durante largas jornadas los efectos de sus imágenes, sus sonidos, sus luces y sus sombras en la percepción de la cotidianeidad. Ya pasado un tiempo aún pueden recobrar ese modo de percibir cada vez que la evocan. Es como si el film hubiese inoculado una especie de droga. Una droga llamada Wenders. Las primeras tomas muestran la noche sobre Tokio, el silencio que se abre paso entre la arquitectura imponente, los árboles que mueven sus copas en una danza con el viento, y el sueño de Hirayama (Kōji Yakusho) que se interrumpe por el ruido de una escoba al barrer las hojas secas frente a su ventana. Es apenas un crepitar de hojas y unas cuantas cerdas raspando la calle, pero es suficiente para que el protagonista abra los ojos y arranque su rutina. Él trabaja en la limpieza de los baños públicos de Tokio y asume su tarea con...
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