El desamparo como política para habitar islas desiertas


Por Cecilia Macarena Pelliza

La noción de amparo, proviene del verbo amparar y este del latín anteparare. De este modo se hacía referencia a la acción de poner un parapeto, una barricada defensiva por delante, con el fin de prevenir, protegerse, de la acción exterior. Justamente, la noción de desamparo refiere entonces al encontrarse sin protecciones, sin escudos. Quien se encuentra desamparado, se halla sin amparo o refugio. Esta condición no es mala por sí misma, salvo que se vea en el afuera, en esa intemperie a la que se es arrojado, una amenaza.

Se podría decir entonces que la noción de desamparo puede leerse bajo dos signos distintos. Bajo el signo dramático, o bajo el signo trágico retomando entonces, a tal fin, la diferencia que desarrolla Nietzsche en relación a las figuras de Dionisos y Cristo. El martirio es el mismo, la pasión es la misma, pero cambia el signo. 

Drama y tragedia, dos modos de existencia 

Se podrían trazar varios paralelismos entre la historia de Dioniso y la de Jesús, hijo único del único Dios cristiano (lo cual ya marcaría una diferencia sustancial). Sin embargo, el signo bajo el cual Jesús y Dioniso asumen su tormento es totalmente distinto. Dioniso enloquecerá, se enfurecerá, vagará sin aceptar quitamente las injusticias recibidas, pero sabiéndose capaz de enfrentarlas. Jesús, al menos en la lectura que triunfó y es difundida, aceptará el sufrimiento como castigo por la existencia errante de los hombres. Dioniso hará de la errancia la afirmación de la existencia.

El cristianismo hará de la crucifixión de Jesús el acto mediante el cual este dios salva a la vida, la limpia de pecados, del pecado original con el que todo ser nace producto de ese error que cometieron en el origen Eva y Adán. Cristo, el crucificado, juzga la vida, le dicta la condena y paga la fianza. A partir de ese momento todo ser será deudor de esa fianza pagada por ser expiado de un error que no cometió, pero por el que sin embargo se lo responsabiliza a través de un sinfín de cadenas de actos que se remiten entre sí. La vida, culpable e injusta, es la causa del sufrimiento.

Son dos movimientos. La vida justifica el sufrimiento, a la vez que este sufrimiento acusa a la vida, testimonia contra ella. Que haya sufrimiento en la vida significa para el cristianismo, en primer lugar, que la vida no es justa, que es incluso esencialmente injusta, que paga por el sufrimiento una injusticia esencial: como es culpable, sufre. Después significa que debe ser redimida de su injusticia, salvada por este mismo sufrimiento que la acusaba hace un momento: sufre, y así se limpia de la culpa. Estos dos aspectos del cristianismo forman lo que Nietzsche llama la mala conciencia, o la interiorización del dolor.

Quienes viven bajo este signo, un signo dramático, aman la vida como el ave de rapiña al cordero: tierno, mutilado y moribundo, dice Nietzsche(1).

Dioniso, en cambio, es el dios para quien la vida no tiene por qué ser justificada, para quien la vida es esencialmente justa. Más aún, es ella la que se encarga de exculpar, incluso afirmar, el sufrimiento más arduo. He aquí la diferencia, en el primer caso se afirmaba el sufrimiento, acá lo que se afirma es la vida. Hay que entender. Desde esta perspectiva, la vida no resuelve ni explica el dolor al interiorizarlo, no lo hace condición de la existencia, sino que lo afirma en el elemento de su exterioridad. Es algo que le puede suceder a quien vive, no la condición por la que hay que pasar si se vive. Se afirma la vida que es afirmar el azar del encuentro con lo otro, incluso cuando eso otro sea el sufrimiento.

La negación de la vida es su extrema depreciación, mientras que la afirmación de la vida es su extrema apreciación. Dos tipos de sufrimientos y de sufrientes: los que sufren por un empobrecimiento de la vida o los que sufren por la sobreabundancia de la vida. Los que hacen del sufrimiento un medio para acusar a la vida, contradecirla y justificarla, o los que hacen de la vida una afirmación en sí misma, incluso cuando conlleva dolor.

Desde el punto de vista de un salvador, la vida debe ser el camino que conduce a la santidad, desde el punto de vista de Dioniso, la existencia parece lo bastante santa en sí misma como para justificar de sobras, incluso, una inmensidad de sufrimiento. Afirma todo lo que aparece, incluso el más áspero sufrimiento y aparece en todo lo que se afirma. Esa es el sentido trágico de la vida, la tragedia como la alegría del vivir. No porque no haya tristezas, sino porque son sentidas también ellas como afirmación de la vida, de la existencia, de la potencia.

Podemos retomar aquí a Deleuze en sus clases sobre Spinoza, en dónde afirma que “finalmente la tristeza es de seguro inevitable. Pero no es de eso que la humanidad muere. La humanidad muere por aquello que se sobrecarga a partir de las tristezas inevitables. Es una especie de fabricación de tristezas, de fantástica fábrica de tristezas. Y hay instituciones para engendrar la tristeza. Y aparatos. La tele, todo eso… Es inevitable que haya aparatos de tristeza porque todo poder tiene necesidad de la tristeza. No hay poder alegre”(2), no hay poder trágico. El poder es per se, dramático. Lo trágico es alegría.

Un cambio de signo: El desamparo como movimiento de afirmación

Volviendo a la noción de desamparo, estamos en una época en la que las instituciones engendran tristeza mostrando un cuerpo social desamparado bajo un signo dramático. Esto es, sin conexiones ni posibilidades de afirmación, en las que las políticas económicas y de represión social afectan a los ciudadanos que, sin importar si aceptan mansamente la opresión o protestan contra ella, quedan desamparados ante un Estado que les ha soltado la mano. Sin refugio, sin asidero. Pero decíamos que esta condición de hallarse sin amparo, sin refugio, no es mala por sí misma, salvo que se vea en el afuera, en esa intemperie a la que se es arrojado, una amenaza.

Sin dudas el afuera no se presenta como un espacio amigable, ya que los mismos poderes que entristecen han tramado un espacio de desánimo. Poder pensar nuevas tramas que hagan de esta intemperie un nuevo escenario de posibilidades, se presenta como imperioso. Y esto ya es objeto de afirmación, es decir de alegría, aunque nos esté valiendo una gran tristeza. La clave en la tarea que se presenta será entonces no sentirse culpable por nada, no interiorizar la tristeza, sino problematizarla. ¿Por qué el desánimo invade las calles? ¿Por qué se hace responsable al cuerpo social de las acciones que se dirigen contra él?

Byung Chul-Han ensaya una respuesta. Según él, estamos en una fase del sistema capitalista en donde “quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento, se hace responsable a sí mismo y se avergüenza en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal: dirigiendo la agresividad hacia sí mismo el explotado no se convierte en revolucionario, sino en depresivo"(3).

Por otro lado, también es necesario problematizar ese adentro que se presenta como resguardo, como refugio, como garantía de unidad y seguridad. Y para esto lo primero es preguntarse si existe tal cosa, un espacio en lo que todo esté sabido y codificado de antemano, en que no haya peligros y en donde el objetivo sea justamente permanecer ahí, haciendo de ese encierro la existencia. En principio se podría decir que eso no es más que una ficción fomentada por microfascismos que ven el afuera, la diferencia, lo otro, como amenaza. En segundo lugar, habría que pensar quién, o quienes fomentan esta endogamia.

Si ese montaje se desarma, lo que habría entonces que afirmar es el desamparo, siempre primario, inicial y caótico al que somos arrojados al llegar al mundo. La existencia es primordialmente desamparada y una existencia verdadera es aquella que afirme ese azar, ese caos y, en consecuencia, esas conexiones con el exterior, con lo otro, sin murallas ni barricadas. Afirmando la inocencia del devenir. Afirmando un ejercicio de la libertad. Porque nadie es culpable por quedar fuera, por ser ese afuera, porque en definitiva todo es un afuera que muchos prefieren ver sectorizado, dividido en murallas, parcelado.

Una existencia dramática o una existencia trágica, una vida para el sufrimiento o una vida inclusive con todo el sufrimiento, no es una oposición dialéctica. Más bien, esta última, la mirada trágica, la afirmación, es la oposición a la propia dialéctica, la afirmación diferencial contra la negación dialéctica que en un juego de espejo justifica la vida por el sufrimiento y luego es el sufrimiento el que salva la vida en una especie de síntesis de la existencia. Una existencia en definitiva negada, sintética, chiquita. Dioniso afirma su existencia y con ello, toda existencia, sin modelos, juicios o salvadores.

Ettiene Sourian escribe: “Con existir algunos instantes, entre abismos de nada, podemos proferir un canto que suene más allá de la existencia, con la potencia de la palabra mágica, y pueda hacer sentir, quizás incluso a los Dioses, en sus intermundos, la nostalgia de existir; y las ansias de descender aquí, al lado nuestro, como nuestros compañeros y guías”(4).

El desprenderse de lo dado es siempre una pequeña muerte que busca consagrar la gran muerte, son dos facetas de un mismo movimiento. Por un lado, el sujeto entristecido por lo que ya no es, por lo que está dejando de ser: pequeña muerte, pequeño desamparo. Por el otro, el estallido de la subjetividad en ese acto creativo de abrir nuevos paisajes, de arribar a una isla desierta: gran muerte, gran desamparo que habilita un nuevo comienzo. La primera es una tristeza sentida en el plano del sujeto, la segunda un estallido del sujeto. La tragedia.

“¿Qué seres existen en la isla desierta? - sólo cabe responde que allí existe ya el hombre, pero un hombre extraño, absolutamente separado, absolutamente creador, en definitiva una Idea de hombre, un prototipo, un hombre que sería casi un dios, una mujer que sería casi una diosa, un gran Amnésico…”(5).

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1. Deleuze, G., Nietzsche y la filosofía, Barcelona, editorial Anagrama, Barcelona, 1986.
2. Deleuze, G., En medio de Spinoza, Buenos Aires, editorial Cactus, 2008.
3. Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, España, editorial Herder, 2012.
4. Etienne Sourian, Los diferentes modos de existencia, Buenos Aires, editorial Cactus, 2017.
5. Deleuze, G., La isla desierta y otros textos, España, Editorial Pre-Textos, 2007.

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