El análisis institucional. Un dispositivo, un mapa



Por Cecilia Macarena Pelliza

El dispositivo, en la filosofía de Deleuze como en la de Foucault, es, tal y como su nombre lo indica, una disposición. Para clarificar esto, basta con ir a la definición exacta de la palabra. Un dispositivo, es aquello que dispone. El diccionario de la Real Academia Española agrega además algunas definiciones, entre las cuales se encuentran: “mecanismo o artificio para producir una acción prevista” y “organización para acometer una acción”. Este sentido es en el que se basan los filósofos para hacer su propuesta.

Si es una disposición, entonces ¿una disposición de qué? De saberes, de fuerzas, de subjetividades dispuestas a realizar una acción. Entonces, retomando lo hablado en clase, una cárcel no es un dispositivo en sí mismo. Además de la cárcel -como realidad material- se requieren los saberes que determinen qué es lo que debe estar adentro y qué afuera de la cárcel, se requiere de las fuerzas que lo hagan efectivo, y se requieren de subjetividades determinadas que se construyan en ese adentro y ese afuera de la cárcel, que lo acepten, que lo abonen. Tres tipos de líneas: saber, poder y subjetivación. Tres instancias que no poseen contornos definitivos, sino que se relacionan unas con otras.

Ahora bien, la tarea del analista institucional es justamente mapear estas líneas, hacer una cartografía de estas condiciones de posibilidad, materiales y subjetivas, que habilitan determinadas organizaciones, situaciones, tecnologías y, también, acontecimientos.

Cuando se analiza un partido de fútbol, para tomar como ejemplo el cuento de Fontanarrosa, podemos quedarnos en los estrictamente resultadista. Podemos estar enmarcados en una lógica de cancha y hacer y “hablar como todo el mundo y decir el sol sale, cuando todos sabemos que es una manera de hablar”.  Ahora, también es posible mapear otros saberes, otras fuerzas, otras subjetividades (hablo de subjetividades, no de sujetos) implicadas en el juego, por las que de hecho existe el juego, ese juego. Es a partir de este análisis, de esta mirada, que es posible un accionar institucional.

Deleuze distingue entonces la cartografía de la calcomanía. Lejos de una reproducción estanca, de una calco en la que todas las organizaciones son más o menos similares, con sus jerarquías, sus jefes, sus áreas; propone una cartografía. No reproducir sino cartografiar, hacer mapas, actividad inseparable de una experimentación que actúa sobre lo real. “El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Contribuye a la conexión de los campos, al desbloqueo de los cuerpos sin órganos, a su máxima apertura en un plan de consistencia. Forma parte del rizoma”.

Cuando se les pide que cartografíen una organización, se les pide que la experimenten, que la conecten con sus saberes, con otros campos. Esa apertura, esa mirada, que va más allá de lo dado, es la tarea de análisis y de intervención a la vez. Ver el fútbol, retomando el ejemplo, no sólo como un partido sino como una manifestación de belleza en la que intervienen saberes, fuerzas, expresiones que no les son propios sino que corresponden a un afuera del fútbol, pero que también lo constituyen. Esa es la posibilidad real de fisurar lo dispuesto, de interceptar aquellas líneas (personas, actitudes, espacios) que se sustraen al dispositivo y esbozan el paso a otro. Aquellas relaciones que fugan de las relaciones establecidas y abren paso a otra experiencia del juego mismo, a otra organización, a otra vida . 

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