Pensar la clínica




Por Alicia Gallegos

Pensar la clínica desde la filosofía implica pensar la construcción de lo real y de la existencia como problemática, es decir, convertir al paciente en pensador. Él padece los efectos de un mundo de signos que ponen en cuestión un pensamiento organizado y útil cargado de malestar y displacer que se ve amenazado en su perspectiva presente hasta el momento de la consulta. El cuerpo terapéutico que se produce entre paciente y terapeuta acciona y violenta el pensamiento organizado y es necesario y azaroso pensar o sea componer con otros puntos de vista y producir un acontecimiento en términos de encuentro clínico.

El paciente es tributario de representaciones de un pensamiento que se piensa a sí mismo y el encuentro alude a una relación con lo que no depende de él, con lo que no piensa todavía, todo un campo contingente que el pensamiento no conoce ni puede pensar. Así plantear un problema implica una relación con un afuera, un punto de vista que aún no ha sido pensado.

En este sentido, la clínica produce nuevas imágenes de pensamiento y nuevas enunciaciones, o sea, promueve pensar de otro modo. Para ello, debemos hacer genealogía, filosofía de la diferencia y del devenir a la manera nietzscheana o mejor dicho plantear problemas, interpretar y evaluar.

En consecuencia, pensar la clínica implica problematizar, cuestionar y crear, interpretar fuerzas activas y reactivas y evaluar la voluntad de poder que afirma o niega. Es así como intervenimos con violencia a través de una agresividad natural dirigida al yo o crítica de lo negativo.

Por lo tanto, podemos pensar el devenir terapéutico sobre la base de una lógica de fuerzas. Una cosa no tiene sentido sino en función de una fuerza que se apodera de ella. Su entidad es ser un signo que remite a otra cosa distinta a ella misma, a la fuerza que ella manifiesta o expresa. De esto resulta que hacer clínica es ingresar en una semiología muy variada.

De lo expuesto se infiere que problematizar es interpretar y evaluar, es seleccionar lo importante y lo interesante, pensar la diferencia, crear e inventar lo nuevo, afirmar la vida, producir una estética para vivir sin hacer hincapié en el conflicto, falso problema que detiene la vida.

La expectativa respecto del conflicto y su esperada resolución constituye un problema mal planteado y por el contrario el verdadero problema tiene que ver con la relación con un afuera que violenta a pensar y que genera un encuentro. La prueba del encuentro es la mutación o transformación de lo dado.

Es preciso aclarar que afuera no es exterior. El exterior es la realidad, lo representable, es el mundo del reconocimiento. El afuera interviene como una pluralidad de puntos de vista o signos que se apoderan de las cosas, la exterioridad de las relaciones, es el mundo del azar de un afuera absoluto, de una pluralidad de signos.

El discurso que trae el paciente se refiere al mundo de los signos o mundo de la representación que se comunica con otros campos o puntos de vista. Los otros signos están implicados y constituyen una heterogeneidad que en el mundo de la representación resulta homogénea.

La intervención terapéutica consiste en el pasaje del mundo de los signos de la representación al mundo de los afectos signos o puntos de vista heterogéneos.

¿Dónde está el sentido? En la grieta entre dos puntos de vista, planos o dimensiones heterogéneas. El sentido es disyunción, el sentido es problema. El pensamiento alude a un sentido de lo dado y el afuera lo violenta a la producción de nuevos sentidos.

Por lo expuesto resulta ser Spinoza quién nos aporta distintos regímenes de signos en lo que Deleuze denomina las tres éticas spinozianas. La primera ética corresponde al mundo de los signos o primer nivel de conocimiento, la segunda ética ahonda sobre cómo se sale del mundo de los signos o segundo nivel de conocimiento y la tercera ética abandona el mundo de los signos y de los conceptos y las cosas empiezan a escribir por ellas mismas en el tercer nivel de conocimiento.

Se puede inferir que la clínica está ligada a una ética o modo de vivir según los tipos de signos que lo caracterizan, a saber: los signos que nos indican que lo que nos pasa es un efecto o impresión que nos torna pasionales o pasivos afectados en el orden de la alegría o la tristeza sin conocer la causa o las características del cuerpo afectante. En este estado no sólo percibimos, sino que construimos ficciones y abstracciones. El proceso del análisis consiste en deconstruir estas disposiciones que nos hacen pensar, sentir y en fin, vivir de un modo determinado. En este nivel los signos se caracterizan por su variabilidad, asociatividad e interpretación. Es este primer nivel no se comprende sino que se padecen efectos, es la instancia de la memoria-recuerdo en donde un signo remite a otro signo, un significante a otro significante en una lógica interpretativa incansable y donde se evita el encuentro con las cosas mismas a través de una imaginería de fábulas y razones abstractas. Es el mundo claro oscuro del qué entendido como esencia o deber ser, del por qué o causa racional y del para qué o causa final. En este mundo sólo se manda o se obedece. Pero sobretodo constituye el material que trae el individuo referido a otro tiempo fuera del tiempo real: pasado, presente y futuro.

Siguiendo esta línea spinoziana la clínica es una clínica luminosa o de pasaje de una potencia a la otra y de lo que sucede y varía contínuamente en la duración, tiempo de las intensidades o afecto.

¿Cómo se da este pasaje? A través de una selección de las afecciones o afectos pasionales y de las ideas de las que éstos dependen. Se debe despejar la alegría o sea producir un encuentro, ir más allá de lo dado en el mundo de la representación, es decir, el pasaje implica devenir gracias al poder de ser afectado.

Ya no se trata de conocer a través de los efectos sobre mi cuerpo sino en el pasaje a otro nivel de conocimiento en el que se ve la conveniencia o disconveniencia de los cuerpos.

Así descripta, también la clínica va asociada a la crítica, crítica de lo negativo y a un plan de consistencia de regímenes de signos que pone en juego conceptos e intensidades en una relación de reciprocidad y que engendra un plano de inmanencia donde se mezclan los flujos y devenires que intervienen en ese plano. Asimismo la clínica participa de una trayectoria o cartografía de líneas, con sus cortes o sus pasos flexibles o de fuga, donde lo que importa no son los falsos problemas sino el trayecto siempre hacia adelante.

Por último la clínica procede de la salud y la salud del arte. Existe una coincidencia entre la vida, la obra, la crítica y la clínica si el movimiento no se ve interrumpido como en la neurosis. Tal dificultad es la enfermedad, la ausencia de la obra y de la creación. Por ejemplo no se escribe a partir de la neurosis, “escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los sueños, los fantasmas”. Escribir es siempre devenir algo o alguien, ir más allá del individuo, crear algo nuevo.

Comentarios

  1. Hermoso artículo ali. Me encantó y me parece muy verdadero, resueno en el.Felicitaciones. bss

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