En respuesta al Deleuze molecular de Scarfo


Por Cecilia Macarena Pelliza

El comentario "Un Deleuze molecular", publicado el pasado3 de enero en la edición on line de la Revista Ñ, escrito por Daniel Scarfo a propósito de dos de los últimos libros de editorial Cactus sobre el filósofo, deja mucho que desear.

En él, el sociólogo enlista una larga enumeración de ideas sin profundizar sobre lo que versan los libros Gilles Deleuze. Cartas y otros textos, edición preparada por David Lapoujade, y Deleuze. Los movimientos aberrantes, un ensayo de Lapoujade en el que hace su lectura, valiosísima, sobre el autor.

Scarfo realiza un compendio de frases que lejos de convocar a la lectura, abruman. Además de dejar de lado puntos claves del filósofo, bien expuestos por Lapujade, como por ejemplo su importante crítica al sistema capitalista a partir de sus dos libros El Antiedipo y Mil Mesetas, los dos tomos de lo que se conoce como Capitalismo y Esquizofrenia.

Pero además de estas omisiones, se equivoca Scarfo cuando afirma que los textos de juventud son “una zona decepcionante” del libro asegurando que el filósofo afirma que el lugar de la mujer es en la casa y que el maquillaje es la formación de una interioridad, que sería doméstica según su lectura. Además asevera que “el filósofo decidió bien al no publicarla en vida, debido al acento puesto en los estereotipos”, cuando en verdad fue uno de los primeros textos que publicó.

Lo cierto es que para Deleuze, en un mundo poblado de sujetos, de géneros, de identidades inamovibles, lo imperceptible, lo que deviene sin ser visto es la transgresión posible. La interioridad de la mujer, interioridad que a la vez denota su profundidad, es resistencia en un mundo en que la exposición y la superficialidad prevalecen.

Es cierto que Deleuze en el texto dice, en relación a la mujer, que “su lugar no está en el exterior, está en la casa, en el interior. Vida de interior y vida interior: la palabra es la misma”. Pero leerlo en su literalidad, con los estereotipos que esa lectura – y no el autor – conllevan, demuestran un profundo desconocimiento de la propuesta teórica que este pensador legó.

La frase, sin dudas punzante del joven autor, no llega sin más. Previa a ella hay un largo camino en el que Deleuze dice, por ejemplo, que en la mujer “todo es presencia. La mujer no expresa ningún mundo posible, o más bien, lo posible que expresa no es un mundo exterior, s ella mimsa. […] Es que entonces no hay mundo exterior; lo expresado es expresante. La mujer se da en un bloque indescomponible, ella surge, y en ella, el interior es exterior, el exterior es interior. La coincidencia de lo expresado y lo expresante es la conciencia. […] conciencia pura que se expresa a ella misma, conciencia de sí y no de algo. Toda la carne de la mujer es conciente, toda su conciencia es carne. La mujer es su propio posible, ella se posibilita.”

Es imposible que quien haya leído a Deleuze no vea acá una clara remisión a la mónada leibniziana de la que tanto se ha ocupado el autor. La mónada, que como pura interioridad no tiene puertas ni ventanas, es la expresión de una totalidad del mundo desde tal interioridad, en este caso desde una interioridad mujer. Esta carta que desestima Sacrfó es sin duda la antesala de lo que será en Mil Mesetas el devenir femenino.

En Exasperación de la filosofía, Deleuze habla de una interioridad que a la vez es pura expresión del mundo entero. “Si ustedes dicen que tal acontecimiento – por ejemplo - está comprendido en la noción de César, ya no pueden detenerse. ¿En qué sentido? Es que, de causa en causa y de efecto en efecto, es la totalidad del mundo la que desde ese momento debe estar comprendida en la noción de sujeto. […] es preciso decir que ese sujeto contiene (expresa) el mundo entero”.

Y más adelante agrega: “El mundo no tiene ninguna existencia por fuera del puno de vista que lo expresa, no existe en sí. El mundo es únicamente lo expresado común de todas las sustancias individuales, pero lo expresado no existe fuera de aquello que lo expresa. El mundo entero está contenido en cada noción individual, pero sólo existe en esa inclusión, no tiene exterioridad”.

Para el Deleuze de los 20 años el mundo es pura expresión de la interioridad. No hay exterior, en tanto no hay un afuera que me sea ajeno. En este sentido la mujer viene a mostrar esa interioridad que me desborda y frente a la cual no tengo más posibilidad que vivenciar ese posible.

En esta carta el francés empieza criticando la filosofía de lo Otro, como una filosofía que no ha dejado de ver, buscar y analizar, otro yo. En los casos más transgresores ha encontrado, a lo sumo, un otro masculino con el cual amigarse o enemistarse. Cómplice o némesis. Pero nunca ha encontrado a lo verdaderamente otro, que es la mujer. Que es ese otro como posibilidad de mí mismo, YO mayoritario conquistador de exteriores disuelto ante una interioridad que no deja de rebasarme. La mujer muestra la interioridad que nos habita y en ese acto ya no hay máscara posible, ni representación. Pura expresión.

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