¿Qué es resistir? (Foucault, Kusch y Kierkegaard)


Por Cecilia Macarena Pelliza

Decir "no" constituye según Foucault, la forma mínima de resistencia. La negación por sí misma no puede ser portadora de una acción emancipadora, en tanto se mantiene dentro de la lógica del régimen dominante, así sea oponiéndose a él. El “no” es sólo el inicio, la forma mínima, lo mínimo necesario para emprender una fuga que sea portadora de una nueva alternativa a lo instituido.

Entonces, si bien es necesario decir no, lo es sólo como portador de una afirmación. En relación a esto Rodolfo Kusch expresa, en su búsqueda de una política real, encuadrada en una antropología filosófica americana, que “el concepto de negación es tomado aquí como una afirmación implícita que hace al Otro pensante y que nuestras categorías no logran captar del todo. Es primordialmente una negación que no implica un cierre, sino una apertura".

Se trataría entonces de poner en suspensión las verdades que se intentan cristalizar y emprender una fuga creadora que brinde posibilidades reales de resistir, comprometiendo la existencia, sin comprometer la vida.

Comprometer la existencia, en tanto hacer de la creación emancipatoria un modo de vida. Sin comprometer la vida, en tanto una vida que esté destinada al mínimo acto de oposición, como régimen contrasignificante, no merece ser vivida. Porque no basta con sobrevivir, es necesario vivir.

Las crisis son portadoras de caos y como tales son fecundas y dan siempre qué pensar. Siempre es posible a partir de ellas, concebir un nuevo modo de vislumbrar lo que pasa. “Irrumpe una nueva, o, mejor, una muy antigua verdad”.

Sin embargo aveces esta fecundidad abruma, aturde, confunde y aparece el pecado como una opción viable. El pecado para Kierkegaard es desperdiciar la existencia, entonces el pecado nunca es una opción para quienes defienden la vida, aún cuando se presenta la angustia ante el caos, que no es más, según este pensador, que "el vértigo ante la libertad". La tentación del pecado, de la imposibilidad, de habitar el “no”, el “no se puede”, el “no se quiere”, es quizás una de las enemigas más astutas de todo acto creador, y sin duda, la principar aliada del régimen dominante, en tanto despotentiza al cuerpo, lo priva de sus fuerzas y de su deseo de habitar lo Otro, crear lo Otro, y de este modo se perpetua en el poder.

Esta resistencia vacía de contenido, lejos de ser creadora de posibilidades, restar fuerzas a nuevas posibilidades, cierra caminos en lugar de abrirlos. La imposibilidad atrapa en un agujero negro y chiquito, generando el drama justificador de la vida. Un punto estático, sin fondo, en el que siempre se está actualizando el drama y la tristeza.

La imposibilidad usa muchas máscaras: la máscara de la promesa que habrá, la máscara de la melancolía de que en algún momento hubo, la máscara de lo completo por lograr, que hay algo que completar.

Lo que hay es lo real, sin completud, pero sin falta tampoco. Perfecto en todas sus dimensiones, en tanto que existente, en tanto que posible. Otro mundo fue imposible. Entonces desde aquí son necesarias la expansión, los nuevos encuentros, que generen una colectivización del deseo y no de la tristeza; que afirmen lo real y no la falta.

Así se hace posible pensar en una política anclada en lo real y en lo actual, con mujeres y hombres reales, en lugar de pensar la acción la política desde posturas idealistas que plantean el mundo “como debería ser” y no como es. Encuentros que creen nuevos mundos posibles en vez de creer en lo imposible, porque en el deseo no es cuestión de fe - 'yo tengo fe en que voy a desear'-, es cuestión de desear, ahora, hoy mismo. Es cuestión de amar.

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