El desierto crece, una nueva libertad nace

Por Cecilia Macarena Pelliza


Hace casi una semana que se dieron los resultados electorales. El acontecimiento político necesariamente forzó a pensar nuevos sentidos, porque no se piensa desde uno sino justamente cuando se fracturan las identidades establecidas y el afuera atraviesa y desorganiza. ¿Qué se pensó? ¿Qué se abrió para ser pensado? ¿Qué cambió?

En la semana previa a que se dé la segunda vuelta electoral, a muchos nos sobrevino la ansiedad y la angustia. La ansiedad tiene que ver justamente con un adelantarse al tiempo, con el deseo de que algo suceda, una espera. Pero no cualquier espera, sino una que pretende que las cosas se den tal y como se espera que se den.

Como correlato de esta ansiedad estaba la angustia característica al momento previo a una definición. Según Soren Kierkegaard, la angustia es el saber que se puede elegir. Se impone tener que elegir, esa es la paradoja, se está obligado a optar. En eso no hay opción y eso angustia porque se puedo elegir mal. “Se puede elegir el pecado. Pecar es desperdiciar la existencia. Ya no hay angustia después que se peca, sino antes”, dice Darío Sztajnszrajber en el capítulo “La Angustia” con el que abre su tercera temporada de Mentira la Verdad.

La angustia es, agrega, “ese momento en el que soy consciente de ser pura posibilidad. El momento previo en el que me doy cuenta que puedo elegir entre diferentes alternativas. Preferiría no tener que elegir, pero no puedo. Mi libertad se vuelve insoportable. Puedo decidir”.

Las urnas tenían que hablar y hablaron. La decisión de la mayoría no fue coincidente con la de muchos otros que al día siguiente, por más que los dados ya estaban sobre el tablero, seguíamos angustiados. ¿Angustia a qué entonces, si la decisión ya fue tomada? Quizás sea ante las nuevas opciones que hay que tomar, ante un nuevo ejercicio de la libertad.

El fluir de un proyecto se interrumpe y lo hace en el marco de los mecanismos democráticos que prevé el Estado, cosa que es para destacar. Un modelo de país se ve interrumpido y otro sobreviene. La mayoría, por un margen muy pequeño, prefirió abortar un modo de hacer política y sumarse a otro. La única certeza es el cambio. Entonces ¿cómo organizarse ante ese nuevo escenario que adviene?

“El desierto crece” dice Nietzsche, y parece oportuno tomarlo para apreciar una nueva apertura en la cual necesariamente el mapa trazado ya deja de ser el apropiado y hay que volver a cartografiar. En países nuevos hay que gustar un aire nuevo y extraño. El terreno es inexplorado, desértico, y hay que volver a construir, no desde cero porque es mucho lo que se hizo, pero parecen imperiosos nuevos sentidos ante un espacio que se alisa. Se lo debemos a quienes nos han alimentado con fuertes alimentos para hombres y sentencias vigorosas. Nos lo debemos. Las posibilidades son infinitas, tan infinitas como el desierto que se abre.

«¡No te vayas!, dijo entonces el caminante que se llamaba a sí mismo la sombra de Zaratustra, quédate con nosotros, de lo contrario podría volver a acometernos la vieja y sorda tribulación. […] Estos reyes, sin duda, siguen poniendo ante nosotros buena cara: ¡esto es lo que ellos, en efecto, mejor han aprendido hoy de todos nosotros! Mas si no tuvieran testigos, apuesto a que también en ellos recomenzaría el juego malvado.

¡El juego malvado de las nubes errantes, de la húmeda melancolía, de los cielos cubiertos, de los soles robados, de los rugientes vientos de otoño! El juego malvado de nuestro rugir y gritar pidiendo socorro: ¡quédate con nosotros, oh Zaratustra! ¡Aquí hay mucha miseria oculta que quiere hablar, mucho atardecer, mucha nube, mucho aire enrarecido!

Tú nos has alimentado con fuertes alimentos para hombres y con sentencias vigorosas: ¡no permitas que, para postre, nos acometan de nuevo los espíritus blandos y femeninos! ¡Tú eres el único que vuelves fuerte y claro el aire a tu alrededor! ¿He encontrado yo nunca en la tierra un aire tan puro como junto a ti, en tu caverna? Muchos países he visto, mi nariz ha aprendido a examinar y enjuiciar aires de muchas clases: ¡más en tu casa es donde mis narices saborean su máximo placer!

A no ser que, - a no ser que -, ¡oh, perdóname un viejo recuerdo! Perdóname una vieja canción de sobremesa que compuse una vez hallándome entre hijas del desierto, junto a las cuales, en efecto, había un aire igualmente puro, luminoso, oriental; ¡allí fue donde más alejado estuve yo de la nubosa, húmeda, melancólica Europa vieja! Por amor a tales muchachas compuse yo entonces un salmo de sobremesa.

Así habló el viajero y sombra; y antes de que alguien le respondiese había tomado ya el arpa del viejo mago - y cruzado las piernas; entonces miró, tranquilo y sabio, a su alrededor: - y con las narices aspiró lenta e inquisitivamente el aire, como alguien que en países nuevos gusta un aire nuevo y extraño. Luego comenzó a cantar con una especie de rugidos: El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!»

(Fragmento de 'Entre las hijas del desierto', en Así habló Zaratustra, de Frederich Nietzsche.)

Comentarios