Ballotage: Cuando el totalitarismo se esconde

Por Cecilia Macarena Pelliza

Hay un ideal tendenciosos sobre lo que es la democracia. Cierto imaginario de “buena onda” y “todos contentos”, tras del cual lo único que se pretende es imponer un pensamiento único. Porque la democracia, por mucho que nos pese, no es opinar todos lo mismo. Eso justamente es un totalitarismo, en donde lo que se busca es anular la disidencia.

La democracia se inscribe, como lo dice Diego Tatián, “en una falla (en sentido geográfico) entre el derecho como potencia y la ley, que como tal es negativa y limita al derecho, pero también puede convertirse en su expresión”. Esto quiere decir justamente entre todo lo que hay por hacer, todos los derechos por conquistar y lo que determina la ley en este momento. En esa falla, en ese desnivel – que no se trata de aplanarlo sino justamente de movilizarlo – se inscribe la democracia. Desnivel que abre la posibilidad de nuevos debates sobre cómo lograr esos derechos, sobre cómo hacer que la ley exprese ese derecho potencial. 

Esos debates muchas veces no son amables, no son calmos, no son pragmáticos; sino pasionales, atrevidos, tumultosos. Como lo son quienes los dan, como nosotros lo somos, Porque justamente en lo que se está pensando es en la creación de lo nuevo, en una nueva posibilidad de mundo, y en esto hay un viejo mundo que se desorganiza.

Justamente, y tomo de nuevo a Tatian, “la república libre, nada exige a los hombres que vaya contra su naturaleza: no les exige ocultar sus ideas, no les exige ser desapasionados, no los obliga a ser puramente racionales y virtuosos”. Y agrega que en su lugar “crea las condiciones materiales para la construcción de una libertad colectiva – no meramente negativa – y para una auto-institución política en formas no alienadas de la potencia común”.

La política nace ahí dónde hay algo por problematizar y diversos puntos de vistas en relación a cómo abordar tal conflicto y el mejor gobierno es aquél que habilite las condiciones para dar nuevos debates, con sus diferencias, discusiones y pasiones. Pensar la política como la panacea en la que todos opinamos lo mismo, todos queremos lo mismo, todos amamos lo mismo, es justamente anularla. Porque si todos fuésemos iguales la acción política no sería necesaria. Y lo que es más grave es que tras este purismo lo que se esconde es un totalitarismo.

El conflicto es constitutivo de la comunidad política, constitutivo de la democracia. Cuando se habla de la grieta y de achicar la grieta ¿Qué quieren achicar? ¿Realmente quieren eliminar el odio, o lo que quieren eliminar son los nuevos debates que se abrieron? Porque el odio es una reacción a algo previo. Ese algo previo ¿es sólo el modo de la Presidenta? ¿Su soberbia? ¿A eso es tanto odio? No creo.

Y no lo creo porque hay frases de Evita que son mucho más duras, soberbias y violentas que todas los discursos juntos de Cristina. Por ejemplo aquella que dice que “no alcanzará el alambre de los fardos para colgar a los traidores”; o cuando recibió a Las Damas de la Sociedad de Beneficencia, entre ellas Mercedes Ortiz de Achaval Junco, a quien Evita le espeta: “Que nombre señora, es tan agrario tan terrateniente. Que quiere que le diga, hasta tiene olor a bosta de vaca”.

Pueden molestar los modos, pero en este caso a mi parecer lo que causa un odio visceral no es el cómo sino el qué. Y ese qué, son los nuevos debates, los nuevos derechos, un nuevo modo de ver y hacer política en la que todos nos sentimos incluidos. Y digo esto basándome en las últimas expresiones en las que salió a relucir de qué se trata este “cambio” tan lleno de odio: pintadas en la facultad de humanidades contra el movimiento feminista, pintadas contra los desaparecidos, contra los excombatientes de Malvinas, golpes al colectivo LGBT, destrucción de un busto de Evita. ¿Este es el cambio? ¿La anulación de la diferencia?

Viéndolo de este modo parece importante mantener esa grieta, esa falla en donde se inscribe la república libre para seguir abriendo debates. Mejorando forma desde todos los lados; es joven la democracia argentina y es un ejercicio ciudadano saber cómo ejercerla.

Puede que este domingo no esté de acuerdo con lo que digan las urnas, puede que sí. Pero en cualquiera de los dos casos entenderé que es la decisión de los millones de votantes que optaron. Eso no quiere decir que me callaré durante los próximos años, sea el que sea quien gane, sino todo lo contrario. Seguiré optando por esa falla, por la grieta, y apostando a que, luego del primer ballotage de la historia argentina, la joven democracia, el sistema político que considero más apto para nuestro real, salga fortalecido.

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